Una desilusión

Los casos de dopaje en los deportes han sido un tema de todos los tiempos. Los deportistas recurren a él cegados por el triunfo. El más reciente y resonado caso es el de Lance Amstrong, quien recientemente declaró ante las cámaras en una entrevista de una afamada conductora televisiva que desde mediados de los años 90 consumió sustancias prohibidas, y que recurrió a transfusiones de sangre para ocultar los rastros del dopaje en sus siete triunfos del Tour de Francia.

“No es posible ganar siete Tours de Francia sin doparse” dijo Amstrong en la entrevista, quien perdió todos sus títulos y todos sus logros, y fue suspendido de por vida en el deporte.

Este tipo de situaciones, en el deporte y en otras áreas de la vida como la política, hacen que se pierda la fe en los mismos, ya que tendemos a catalogar como norma general la falta cometida. La declaración que hace el que se consideraba el astro del ciclismo, en cuanto a que no es posible ganar sin recurrir a hacer lo incorrecto, empuja aún más a creer que todos los deportistas lo hacen, y que es ya parte de su cultura deportiva, y por ende, a que perdamos la fe o el interés en el deporte.

Pero no podemos perder la fe en el deporte porque alguno o algunos no lo practican ni lo viven correctamente. El hecho de que haya deportistas que recurren a este tipo de engaños no elimina a los que a mucho esfuerzo y honestidad si siguen luchando por sobresalir. En este caso no debemos generalizar, aunque muchos lo hagan, y así en todas las otras disciplinas. No podemos darnos el lujo de perder la credibilidad en el deporte porque algunos no lo representan dignamente, el deporte como tal seguirá existiendo, y atrayendo a nuevos adeptos que darán lo mejor de sí mismos con tal de llegar a la meta.

La Biblia también nos advierte de que habrán algunos que usarán métodos incorrectos para lograr metas egoístas, que se valdrán de cualquier manera para lograr sus caprichos, en donde el fin les justifica los medios. “Hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras y hasta negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina” (II Pedro 2:1) Esta destrucción repentina tiene que ver con que saldrá a la luz sus desviaciones, su maldad, los veremos caer, y es probable que tengamos una desilusión.

La desilusión llega cuando hemos creído en alguien creyendo que es algo que resulta no ser. El peligro es que no llegamos a desilusionarnos solamente de la persona que cae, sino que tenemos también el peligro de perder la fe. “Porque se levantarán falsos cristos y faltos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si es posible, aún a los escogidos” (Mateo 24:24). La Palabra de Dios nos hace advertencias para que precisamente no caigamos en las garras del enemigo, quien está interesado en que perdamos nuestra fe, renegando al Cristo resucitado.

No podemos darnos el lujo de caer en desilusión porque aquella persona que admiramos cae en “dopaje espiritual”. No podemos perder la fe en Jesucristo solo porque algunos caen. Es una excusa sin fundamento perder la fe en el Salvador debido a que personas que creíamos firmes, personas que han sido ejemplo o que han sido famosas o reconocidas en nuestro ambiente evangélico, hayan cedido ante el pecado.

Como en el caso de Amstrong, su dopaje no hace que no exista el deporte limpio y sano, así como tampoco el hecho de que creyentes caigan en las garras del pecado no hace que no exista una verdadera y real relación con Jesucristo. En el tema de la fe, no podemos asirnos del viejo refrán que cita para muestra un botón, pues si hay botones malos así también hay abundantes botones buenos.

Sea que caigan porque se descubre su falsedad, o bien porque caen víctimas del engaño, en vez de desilusión, lo que debemos sentir es misericordia, y acordarnos de las palabras del apóstol Pablo: “Dios en su bondad me nombró apóstol, y por eso les pido que no se crean mejores de lo que realmente son. Más bien, véanse ustedes mismos según la capacidad que Dios les ha dado como seguidores de Cristo” (Romanos 12:3).

Cuando el hombre quita los ojos de Dios y los pone en el hombre comienza a desilusionarse y corre el riesgo de perder su enfoque al sufrir un estancamiento espiritual en su peregrinar con Cristo y camino al cielo. La gente que Dios ha puesto a nuestro lado es para amarlos y ayudarlos, pero no son nuestros dioses; no podemos depender de ellos, fue Jehová quien entregó a su Hijo en la cruz del calvario por nuestra salvación y solo a Él debemos mirar.

“Pongamos toda nuestra atención en Jesús, pues de él viene nuestra confianza, y es él quien hace que confiemos cada vez más y mejor. Jesús soportó la vergüenza de morir clavado en una cruz porque sabía que, después de tanto sufrimiento, sería muy feliz. Y ahora se ha sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebreos 12:2).