La historia de las grandes obras de Dios - parte I

«Oh, Dios, con nuestros oídos hemos oído, nuestros padres nos han contado la obra quehiciste en sus días, en los tiempos antiguos». Sal_44:1.

Quizá no haya historietas que se nos hayan grabado por tanto tiempo en la memoria, como aquellas que oímos de boca de nuestros padres, cuando éramos niños. Es triste pensar, sin embargo, que muchas de estas historietas eran vacías y superfluas; de modo que, ya desde una tierna infancia, nuestras mentes han sido influenciadas por fábulas y narraciones diversas, todas ellas manchadas de falsedad. Pero entre los primeros cristianos y creyentes del Antiguo Testamento, los cuentos de infancia eran muy diferentes de los de la actualidad; y las historietas con las que éstos entretenían a sus hijos eran de una clase muy distinta de las que nos fascinaban en los días de nuestra niñez.

Sin duda que Abraham hablaría a los niños pequeños del Diluvio, y de qué manera las aguas llegaron a cubrir la tierra, de modo que sólo Noé con su arca se salvó. Los antiguos israelitas, ya en tierras de promisión, contarían a sus hijos el milagro obrado por Dios en el Mar Rojo, y les hablarían de las plagas caídas sobre Egipto al sacar el Señor a su pueblo de la tierra de cautiverio. Sabemos que entre los primeros cristianos, los padres solían referir a sus hijos todo lo concerniente a la vida de Jesús, todo lo que hicieron los apóstoles y, en general, toda narración relacionada con los orígenes del cristianismo. También fueron éstas las historietas que deleitaron la niñez de nuestros antepasados, los puritanos. Sentados alrededor del fuego del hogar y teniendo en frente aquellos mosaicos holandeses que representaban, con aquel sabor peculiar antiguo, la vida de Cristo, las madres instruían a sus hijos acerca de Jesús y les hablaban de sus milagros; cómo, en una ocasión, andó sobre las aguas, y en otra multiplicó los panes; también les referirían la maravillosa transfiguración de Jesús y, sobre todo, su crucifixión.

¡Oh, cuánto desearía que estas historias se repitieran de nuevo y que las narraciones de infancia versaran otra vez sobre la vida de Jesús! Deberíamos persuadirnos de que, después de todo, no puede haber nada más interesante que aquello que es verdadero, y que nada puede dejar una impresión más viva en la mente que las historias que se contienen en el Libro Sagrado. Nada puede influenciar más profundamente al corazón de un niño como las obras maravillosas que Dios hizo en los tiempos antiguos. Parece ser que el salmista que escribió esta oda tan poética, había oído de labios de su padre, quién a su vez lo aprendió de la tradición familiar, la historia de las maravillosas obras de Dios; y más tarde, el dulce cantor de Israel la referiría a sus hijos, y así, de generación en generación, se alabaría a Dios por sus grandes obras.

En esta mañana desearía recordaron algunas de las obras maravillosas que Dios hizo en tiempos antiguos. Mi propósito y objetivo no es otro que el de estimular vuestras mentes y corazones para que, mirando al pasado y viendo lo que Dios hizo entonces, vosotros podáis mirar hacia delante con ojos de expectación y lleguéis a persuadiros de que, aun ahora, Él puede extender su santo brazo, y mano poderosa, para repetir aquellas grandes obras de los tiempos antiguos. Primero os hablaré de las historias maravillosas que nuestros padres nos han contado y que nosotros hemos oído de los tiempos antiguos. En segundo lugar mencionaré algunas dificultades de nuestra mente con respecto a estas antiguas historias. Y, por último, deduciré ciertas conclusiones naturales de estas obras maravillosas que hemos oído que el Señor hizo en los tiempos antiguos.

I.-Empezaré, pues, con LAS MARAVILLOSAS HISTORIAS QUE NUESTROS PADRES NOS HAN CONTADO Y QUE NOSOTROS HEMOS OIDO DE LOS TIEMPOS ANTIGUOS.

Sabemos que Dios, en el transcurso del tiempo, ha realizado grandes obras.El ordinario curso de la vida se ha visto alterado con prodigios, ante los cuales los hombres se han maravillado. Dios no siempre ha permitido que su Iglesia ascendiera a las cumbres de la victoria a intervalos lentos, y es por esto que en ciertas ocasiones ha derribado de un solo golpe a los enemigos de su Iglesia, y ordenado a sus hijos a que avanzaran sobre los caídos cuerpos de los mismos. Dirigid vuestras mentes a los testimonios antiguos y reparad en lo que Dios ha hecho. ¿No os acordáis de qué manera Él hirió la caballería de los egipcios, sepultándola, junto con el carruaje y caballos del Faraón, a las profundidades del Mar Rojo? ¿No habéis oído de qué manera Dios hirió a Og, rey de Basán, y a Sehón, rey de los amorreos, por haberse éstos opuesto al avance de su pueblo? Al herir a estos grandes reyes, y al derribar a los poderosos de sus tronos, ¿no habéis comprobado cómo la misericor dia de Dios es eterna para con sus hijos? ¿No habéis leído cómo Dios hirió a los cananeos y los echó de su tierra para darla a los hijos de Israel por herencia perpetua? ¿No habéis oído que cuando los ejércitos de Jabín se alzaron contra ellos, las mismas estrellas desde sus órbitas »pelearon contra Sísara? «Barriólos el torrente de Cisón, el antiguo torrente, el torrente de Cisón, y ninguno se salvó». ¿No habéis oído, también, cómo Dios, por la mano de David, hirió a los filisteos, y cómo por el poder de su diestra los hijos de Amón fueron desbaratados? ¿No habéis oído de qué manera fueron deshechos los etíopes por el ejército de Asa en el día de su fe? ¿No habéis oído de qué manera, también, el ángel del Señor hirió a todo valiente y esforzado en el ejército de Senaquerib, salvando así a los moradores de Jerusalén de la mano del rey de Asiria? ¡Proclamad estas maravillas de Dios! Hablad de ellas en la calle. Enseñadlas a vuestros hijos. Y nunca las enterréis en el olvido. La diestra del Señor ha obrado cosas maravillosas y Su nombre es conocido en toda la tierra.

Sin embargo, las maravillas que de unamanera más directa nos conciernen son las de la era cristiana; y no podemos, en modo alguno, relegarlas en segundo lugar con respecto a las maravillas del Antiguo Testamento. ¿No habéis oído de qué manera en el día de Pentecostés el nombre del Señor se colmó de gloria? Dirigid vuestra atención al Libro de las Maravillas de Dios y leed lo que se nos dice de este día. Pedro, el pescador, se levanta a predicar en el nombre del Señor, su Dios. Se congrega una gran multitud y el Espíritu Santo desciende sobre ellos. Y, ¿qué pasa? Unas tres mil personas fueron compungidas de corazón y creyeron en el Señor Jesucristo. ¿No habéis oído de qué manera los doce apóstoles, junto con los demás discípulos, fueron a todas partes predicando la Palabra y cómo cayeron los ídolos de sus tronos como resultado de su predicación? Las puertas de muchas ciudades se abrieron a los mensajeros de Cristo y sus calles escucharon el mensaje de salvación. Es verdad que los discípulos, al principio, fueron llevados de una parte a otra y como perdices fueron perseguidos en las montañas; pero, ¿no sabéis que aun en estas circunstancias el Señor obtuvo para sí la victoria, y que a los cien años después de haber sido Cristo clavado en la cruz, el Evangelio había sido ya predicado en toda nación del mundo antiguo, y aun las islas más remotas habían sido alcanzadas por la predicación del mismo?¿Habéis olvidado, acaso, cómo en todos los ríos, miles y miles de gentiles eran bautizados a un tiempo? ¿Qué rincón hay en Europa que jamás haya oído el mensaje sublime del Evangelio? ¿No es cierto que aun la más insignificante ciudad puede testimoniar de que la verdad de Dios ha triunfado, y de que los paganos, abandonando sus falsos dioses, han doblado sus rodillas a Jesús, el Crucificado? La manera cómo el Evangelio se propagó en los primeros siglos, es, en verdad, un milagro que jamás podrá eclipsarse. Aunque grandes fueron las maravillas que Dios obró en el Mar Rojo, ninguna de las maravillas del Antiguo Testamento puede superar a las maravillas obradas en los cien años que siguieron a la venida de Cristo al mundo. Y es que parecía como si fuego del cielo hubiera descendido sobre la tierra y que nada pudiera resistir la fuerza de la predicación. La relampagueante saeta de la Verdad hizo pedazos el pináculo del templo idólatra, y el nombre de Jesús era adorado del uno al otro polo.

Hasta aquí hemos mencionado algunas de las muchas cosas que Dios obró en los tiempos antiguos, y en el primer siglo de nuestra era. Pero, ¿no habéis oído las grandes maravillas que Dios obró a través de sus predicadores siglos más tarde? ¿Nunca se os ha referido el caso de Crisóstomo, el predicador de la boca de oro? Siempre que él predicaba, una gran multitud, en extremo atenta, se abarrotaba en el templo para escucharle. Crisóstomo, de pie y levantando manos santas, con una majestad incomparable les hablaba de la Palabra de Dios en verdad y justicia. La gente le escuchaba, e incluso se encorvaba hacia delante, como para no perderse ni una sola palabra; de vez en cuando rompían el silencio con sus aplausos y con el ruido de sus pies; pero pronto el silencio daba otra vez campo libre a las palabras del predicador, hasta que otra explosión de gozo y entusiasmo desbordaba los corazones y rompía el silencio. En su día lasconversiones fueron incontables y el nombre de Dios fue altamente glorificado en la conversión de muchos pecadores.
¿Y no os han referido vuestros padres las maravillas obradas más tarde en aquellos tiempos de superstición y tinieblas? Me refiero a aquellos oscuros tiempos de la Edad Media. Pues bien: en medio de aquellas tinieblas, Dios hizo resplandecer una luz espiritual que guiara a los hombres. ¿No habéis oído cómo Martín Lutero se levantó a predicar el Evangelio de la gracia de Dios, y cómo las naciones temblaron y el mundo revivió al escucharse de nuevo el mensaje de Dios? ¿No habéis oído de Zwinglio, entre los suizos, y Calvino, en la ciudad santa de Ginebra, y de las grandes obras que Dios obró por medio de ellos? Y como británicos, ¿os habéis olvidado de vuestros predicadores de la Verdad? ¿Han cesado de estremecerse vuestros oídos al oír la maravillosa historia de los predicadores que Wyckliffe envió a cada mercado de ciudad -y aldea para proclamar el Evangelio de Dios? ¿No nos dice la historia que estos hombres fueron como tizones de fuego en medio de secos rastrojos; que sus voces eran como el rugir del león, y sus salidas como las de los leones jóvenes? Ellos empujaron la nación hacia delante, y con respecto a los enemigos dijeron: «¡Destruídlos! » Nadie podía hacerles frente, pues el Señor, su Dios, los había revestido con fortaleza.

Acercándonos a tiempos más recientes, estoy cierto que vuestros padres os han referido las cosas tan maravillosas que Dios obró en los días de Wesley y Whitefield. Por aquel entonces todas las iglesias estaban más o menos aletargadas. La irreligión era la regla del día. Las calles parecían ser cauces de iniquidad, mientras que la alcantarillas parecían no dar cabida ya a la transgresión. Y en estas circunstancias se levantaron Whitefield y Wesley, hombres cuyos corazones el Señor había tocado y que se atrevieron a predicar el Evangelio de la gracia de Dios. Su obra se dejó sentir inmediatamente, y al oírse el aleteo de la misma, la Iglesia se preguntó:
«¿Quiénes son éstos que vuelan como una nube, y como palomas a sus aberturas?» ¡Vienen, ya vienen! Son incontables como los pájaros del cielo, y su ímpetu es como viento fuerte que no puede resistirse. A los pocos años, y como fruto de la predicación de estos dos hombres, toda Inglaterra fue alcanzada por la verdad evangélica. La Palabra de Dios se conocía en toda ciudad, y quizá no hubo ni una aldea en la cual los metodistas no hubieran penetrado. Cuando los vehículos se mueven a vapor, a menudo la religión se arrastra con su vientre sobre la tierra. Pero en aquellos días de locomoción lenta, cuando parecía como si el Cristianismo se hubiera limitado exclusivamente al uso de aquellos carruajes antiguos en los que nuestros antepasados solían viajar, es verdaderamente sorprendente considerar el rápido progreso que en poco tiempo hizo el Evangelio por todas partes. Pero aunque sea maravilloso este progreso, debemos creerlo, pues forma par te sustancial de la historia. Y las maravillas que Dios obró en tiempos pasados, con su gracia puede obrarlas otra vez. Él es Todo poderoso, grandes son sus obras y Santo essu Nombre.

Desearía que observarais una característica especial en estas obras que Dios hizo en los tiempos antiguos: todas ellas despiertan nuestro interés y también nuestro asombro por el hecho de que se efectuaron de una manera repentina. Aquellos que se pasan por sabios en nuestras iglesias, creen que las cosas deben desarrollarse paulatina y gradualmente; que se debe avanzar paso a paso. Una acción continua y una labor progresiva -dicen- nos llevarán finalmente al éxito. Pero, en contra de esta manera de pensar, nos asombra en verdad el que todas las obras de Dios no han crecido gradualmente, sino que se han producido súbitamente. Cuando Pedro se levantó a predicar, no se necesitaron seis semanas para convertir a los tres mil. La conversión de los mismos fue instantánea y su bautismo tuvo lugar el mismo día. El cambio de sus corazones hacia Dios se realizó en aquella misma hora, y llegaron a ser tan verdaderos discípulos de Cristo como si su con versión hubiera sido el proceso de setenta años. Y así fue también con Martín Lutero: el gran reformador no necesitó siglos para superar las densas tinieblas de la Edad Media. Dios encendió la vela y se hizo luz en un instante. Dios obra de una manera repentina. El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz: los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos. Y así ocurrió también en los días de Whitefield. La censura que pesaba sobre una iglesia dormida no se dejó sentir a lo largo del tiempo, sinoinmediatamente. ¿No habéis oído del gran avivamiento bajo Whitefield? Tomemos, por ejemplo, el que tuvo lugar en Cambuslang. Mientras predicaba en el patio de una iglesia, pues ningún edificio hubiera podido congregar a tal multitud, el poder de Dios vino sobre la gente, y uno tras otro cayeron sobre la tierra como si hubieran sido heridos; y una multitud que se calcula en no menos de tres mil personas, lloraban al unísono bajo convicción de pecado. Whitefield proseguía con su mensaje: ora sus palabras tronaban como Boanerges, ora se suavizaban en los consoladores tonos de un Bernabé. No hay lengua que pueda describir las grandes maravillas que Dios obró a través de aquel sermón de Whitefield. Ni aun el sermón de Pedro en Pentecostés fue semejante a éste.

Y así ha sido con todos los avivamientos; la obra de Dios ha sido súbita. Con la rapidez del trueno, Dios ha descendido de lo alto; no de una manera lenta, sino majestuosamente Él ha cabalgado sobre los veloces querubines; Él ha volado sobre las alas del impetuoso viento. Tan repentina ha sido Su obra, que las gentes apenas podían creer se hubieran realizado en un espacio de tiempo tan breve. Considerad el gran avivamiento que está teniendo lugar en Belfast y en sus alrededores. Después de haberlo seguido cuidadosamente y después de haber habla do con queridos hermanos que han vivido en aquellos lugares y que merecen mi con fianza, yo estoy convencido, aun a pesar de lo que los enemigos puedan decir, que este avivamiento es una genuina obra de gracia y que el Señor está haciendo allí maravillas. Un amigo que ayer vino a visitarme me informó de que los hombres más bajos y depravados, así como las mujeres más perdidas de Belfast, han sido alcanzados por esta extraordinaria epilepsia -como dice el mundo- pero que nosotros sabemos que es la influencia pode rosa del Espíritu. Hombres que durante toda su vida habían sido borrachos empedernidos, de repente sintieron un gran impulso que les obligó a orar. Al principio se resistieron, e incluso volvieron a buscar sus vasos para tratar de ahogar el impulso; pero aun en medio de sus blasfemias e intentonas para apagar el Espíritu, Dios les hizo doblar sus rodillas y ellos se vieron obligados, con gritos desgarradores, a pedir misericordia y a orar con vehemencia. Todo esto ha acontecido de una manera súbita, y aunque quizá podamos encontrar algún elemento de excitamiento natural, yo estoy persuadido de que, en esencia, es un avivamiento verdadero y espiritual; una obra que permanecerá. Hay un poco de espuma en la superficie, pero debajo hay una corriente de agua profunda que no puede resistirse y que arrastra y lleva consigo todo lo que encuentra. Por lo menos hay algo que despierta nuestro interés al saber que en la pequeña ciudad de Ballymena, y en los días de mercado, los taberneros solían percibir más de cien libras por el whisky que se bebía en un día, pero lo que es ahora todos los taberneros juntos no ganan ni un soberano. Hombres que anteriormente habían sido borrachos, ahora se reúnen para orar; después de haber oído un sermón, la gente se esperará para oir otro, y en algunas ocasiones incluso para oir un tercer sermón, hasta que el predicador se ve obligado a decir: «Ahora debéis marcharos; estoy agotado». Al salir de la iglesia se dividen por las calles y casas en pequeños grupos, para suplicar que Dios continúe su poderosa obra, y para que los pecadores se conviertan. «Nosotros no nos lo podemos creer», quizá dirá alguno de vosotros. Seguramente que vosotros no podéis, pero algunos de nosotros sí que podemos, pues lo hemos oído con nuestros oídos, y nuestros padres nos han contado las grandes obras que Dios hizo en sus días, de modo que estamos dispuestos a creer que hoy en día Dios puede hacer obras semejantes.

Debo hacer notar ahora, que en todas estas grandes obras que Dios hizo en los tiempos antiguos, se destaca el hecho de que Él se sirvió de instrumentos muy insignificantes. Fue el pequeño David, un mozalbete rubio, quien mató a Goliat. Durante algún tiempo pensé que David había cometido un gran error al no hacer uso de la espada de Goliat, pero es que yo no había reparado en el hecho de que, la piedra y la honda usadas por David formaban parte de la armería de Dios. Fue una mujer, sirviéndose de una estaca y un clavo, quien cumplió el mandato de Dios de dar muerte a Sísara. A través de instrumentos verdaderamente insignificantes, Dios ha llevado a cabo sus obras más gloriosas; y esto es así con todas las obras de Dios. Pedro, el pescador, en Pentecostés; Lutero, el humilde monje, en la Reforma; Whitefield, el fregaplatos del mesón de la Vieja Campana en Gloucester, en el avivamiento del siglo pasado. Dios no obra a través de los caballos y carruajes de Faraón, sino que obra con la vara de Moisés. No se sirve del torbellino o de la tormenta para realizar sus maravillas, sino que, por el contrario, usa medios apenas perceptibles, para que toda la honra y toda la gloria sean suyas. ¿No es esto motivo de aliento para ti y para mí? ¿No nos puede Dios utilizar también pararealizar una gran obra?

Pero vemos, además, en todas estas historias de las grandes obras de Dios, que cuando Dios las realizó, se sirvió de hombres de gran fe. En este momento yo firmemente creo que, si Dios así lo quisiera, todas las almas en este auditorio se convertirían en este instante. Si Dios se complaciera en enviar la fuerza arrolladora de su Espíritu, ni aun el corazón más duro sería capaz de resistirlo. «Del que quiere tiene misericordia». Él obra de acuerdo con su voluntad y nadie puede resistir su mano. «Pero es que yo no espero ver grandes cosas», dirá alguien. Entonces, mi querido amigo, tú no te verás defraudado, pues no verás ninguna cosa grande; pero aquellos que esperan cosas grandes, las verán. Hombres con una fe grande realizan grandes cosas. Fue la fe de Elías la que puso fin a los sacerdotes de Baal. De haber tenido él la pequeña fe que alguno de vosotros tiene, todavía hoy los sacerdotes de Baal se enseñorearían sobre las gentes y jamás hubieran perecido bajo la espada. Fue su fe lo que movió a Elías a decir: «Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él». Y más tarde: «Escogeos un buey, cortadlo en pedazos, y ponedlo sobre leña, mas no pongáis fuego debajo. Invocad luego vosotros en el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré enel nombre de Jehová». La fe de Elías, tan poderosa y heroica, engrandecía el nombre de Dios. Cuando el papa envió la bula de excomunión a Lutero, éste la quemó. En medio de una gran multitud, y sosteniendo en sus manos el documento a punto de ser completamente devorado por las llamas, Lutero dijo:«Mirad: esto es la bula del papa». Poco le importaba a él lo que en la bula se contenía. Cuando Lutero tenía que ir a Worms para comparecer delante de la Dieta, sus seguidores le aconsejaron: «No vayas; tu vida corre peligro». Pero Lutero contestó: «Aunque hubiera tantos diablos en Worms como tejas en los tejados de las casas, aun así no temería; iré a la Dieta». Y a Worms se fue, confiando en el Señor, su Dios. Y así fue también con Whitefield; él creía y estaba persuadido de que Dios obraría grandes cosas. Cada vez que subía al púlpito estaba convencido de que Dios bendeciría la predicación y, efectivamente, así era. Los de fe pequeña harán pequeñas cosas, mientras que los que tienen una fe grande se verán grandemente recompensados. ¡Oh, Señor! nuestros padres nos han contado que siempre que ellos exhibieron una fe grande, Tú les visitaste con tus grandes obras.

No me detendré más en este punto, excepto para haceros una observación. Todas las grandes obras de Dios, junto con una fe grande, han sido fruto de la oración. ¿Habéis oído de qué manera empezó el gran avivamiento americano? Cierto hombre, desconocido e ignorado, se propuso en su corazón orar para que Dios enviara bendición a su país. Después de haber orado intensamente y haber preguntado con toda su alma, «Señor, ¿qué quieres que haga? Señor, ¿qué quieres que haga?», alquiló una habitación y puso el anuncio de que se celebraría una reunión de oración de tal a tal hora del día. A la hora indicada se dio cuenta de que no había nadie en la habitación; de nuevo se puso a orar y por media hora oró solo. A la media hora vino una persona, y más tarde dos más, y creo que la reunión se terminó con seis personas. A la semana siguiente, más de cincuenta personas se congregaron para orar, hasta que por último, al ser más de cien las personas que asistían a las reuniones, se decidió empezar otras reuniones de oración; de manera que unas semanas más tarde era casi imposible encontrar una calle de Nueva York que no tuviera reuniones de oración. Incluso durante el día los comerciantes encontraban tiempo para orar. Las reuniones de oración se llegaron a celebrar durante todo el día. Se daban a conocer las peticiones y los temas de oración, y de una manera sencilla la gente los presentaba al Señor. Las contestaciones no tardaron en llegar. Muchos eran los corazones alegres que se levantaban para testificar que la oración que se había ofrecido la semana anterior ya había sido contestada. Y fue en estas circunstancias, cuando la gente se había dado ardientemente a la oración, que el Espíritu de Dios descendió sobre ellos de una manera repentina. Se menciona el caso de cierto predicador en un pequeño pueblo, que en menos de una semana vio como el Señor había usado su predicación para convertir a cientos de almas. El avivamiento se extendió a los estados del Norte y puede decirse que llegaron a ser universales. Se calcula que en menos de tres meses, más de doscientas cincuenta mil almas se convirtieron al Señor. Y los mismos efectos produjo la oración en Ballymena y Belfast. Un creyente se hizo el propósito de orar y oró. Más tarde organizó una reunión de oración. Día tras día se congregaba un grupo de creyentes para suplicar un avivamiento; y así lo hicieron hasta que el fuego celestial descendió y el avivamiento fue un hecho. Los pecadores se convirtieron, y no en números pequeños, sino a cientos y a miles, de modo que el nombre del Señor era glorificado grandemente por el progreso de su Evangelio. Amados en el Señor: yo solamente me limito a daros hechos. Yo os ruego que seáis vosotros quienes saquéis las lecciones de los mismos.

Fuente: Sermones del Año de Avivamiento, Charles H. Spurgeon, Editorial El Estandarte de la Verdad, versión 2, 2010.