Tenemos que considerar dos verdades básicas acerca de Dios, y que se encuentran en las escrituras. Dios es un dios vivo y soberano, y es un Dios que no cambia.
Una y otra vez la Biblia enfatiza el contraste entre el único Dios y verdadero, con los ídolos muertos de los paganos. La incapacidad de los ídolos para salvar despertaba la burla de los profetas, así como su falta de vida.
“Pero sus ídolos son de oro y plata, producto de manos humanas. Tienen boca, pero no pueden hablar; ojos, pero no pueden ver; tienen oídos, pero no pueden oír; nariz, pero no pueden oler; tienen manos, pero no pueden palpar; pies, pero no pueden andar; ¡ni un solo sonido emite su garganta!” (Salmo 115:4-7 NVI).
Que contraste con el Dios vivo de la Biblia, que ve, oye, actúa y habla:
“Nuestro Dios está en los cielos y puede hacer lo que le parezca”. (Salmo 115:3 NVI).
Dios es vivo y soberano, un gran Rey sobre toda la tierra, es rey de la naturaleza y de todas las naciones. Sostiene el universo que ha hecho y a todas sus criaturas.
“Suyo es el mar, porque él lo hizo; con sus manos formó la tierra firme” (Salmo 95:5)
“…el relámpago y el granizo, la nieve y la neblina, el viento tempestuoso que cumple su mandato,…” (Salmo 148:8)
“Tributen al SEÑOR, seres celestiales, tributen al SEÑOR la gloria y el poder. Tributen al SEÑOR la gloria que merece su nombre; póstrense ante el SEÑOR en su santuario majestuoso. La voz del SEÑOR está sobre las aguas; resuena el trueno del Dios de la gloria; el SEÑOR está sobre las aguas impetuosas La voz del SEÑOR resuena potente; la voz del SEÑOR resuena majestuosa. La voz del SEÑOR desgaja los cedros, desgaja el SEÑOR los cedros del Líbano; hace que el Líbano salte como becerro, y que el Hermón salte cual toro salvaje. La voz del SEÑOR lanza ráfagas de fuego; la voz del SEÑOR sacude al desierto; el SEÑOR sacude al desierto de Cades. La voz del SEÑOR retuerce los robles y deja desnudos los bosques; en su templo todos gritan: «¡Gloria!» El SEÑOR tiene su trono sobre las lluvias; el SEÑOR reina por siempre. El SEÑOR fortalece a su pueblo; el SEÑOR bendice a su pueblo con la paz.” (Salmo 29: 1-11)
La enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte está en total concordancia con esta insistencia de que Dios es el Señor de la naturaleza que encontramos en el Antiguo Testamento, que es Dios quien gobierna el mundo. Por un lado alimenta las aves y viste a los lirios del campo, por el otro hace salir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5:45, 6:26-30).
Si el Dios de la Biblia es el Dios vivo y soberano, es también siempre consecuente consigo mismo. Nunca emplea arbitrariamente su poder soberano. Su actividad es siempre consecuente con su naturaleza. Una de las declaraciones más importantes sobre Dios es que “si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo”. (2Timoteo 2:13). El Dios Todopoderoso, omnipotente, no puede hacerlo todo? Sí, puede hacer cualquier cosa que le plazca, cualquier cosa que se le ocurra, los límites están puestos por su propia consecuencia de sí mismo, por eso encontramos este pasaje maravilloso en el libro de Malaquías:
“Yo, el SEÑOR, no cambio. Por eso ustedes, descendientes de Jacob, no han sido exterminados.” (3:6)
Una y otra vez la Biblia enfatiza el contraste entre el único Dios y verdadero, con los ídolos muertos de los paganos. La incapacidad de los ídolos para salvar despertaba la burla de los profetas, así como su falta de vida.
“Pero sus ídolos son de oro y plata, producto de manos humanas. Tienen boca, pero no pueden hablar; ojos, pero no pueden ver; tienen oídos, pero no pueden oír; nariz, pero no pueden oler; tienen manos, pero no pueden palpar; pies, pero no pueden andar; ¡ni un solo sonido emite su garganta!” (Salmo 115:4-7 NVI).
Que contraste con el Dios vivo de la Biblia, que ve, oye, actúa y habla:
“Nuestro Dios está en los cielos y puede hacer lo que le parezca”. (Salmo 115:3 NVI).
Dios es vivo y soberano, un gran Rey sobre toda la tierra, es rey de la naturaleza y de todas las naciones. Sostiene el universo que ha hecho y a todas sus criaturas.
“Suyo es el mar, porque él lo hizo; con sus manos formó la tierra firme” (Salmo 95:5)
“…el relámpago y el granizo, la nieve y la neblina, el viento tempestuoso que cumple su mandato,…” (Salmo 148:8)
“Tributen al SEÑOR, seres celestiales, tributen al SEÑOR la gloria y el poder. Tributen al SEÑOR la gloria que merece su nombre; póstrense ante el SEÑOR en su santuario majestuoso. La voz del SEÑOR está sobre las aguas; resuena el trueno del Dios de la gloria; el SEÑOR está sobre las aguas impetuosas La voz del SEÑOR resuena potente; la voz del SEÑOR resuena majestuosa. La voz del SEÑOR desgaja los cedros, desgaja el SEÑOR los cedros del Líbano; hace que el Líbano salte como becerro, y que el Hermón salte cual toro salvaje. La voz del SEÑOR lanza ráfagas de fuego; la voz del SEÑOR sacude al desierto; el SEÑOR sacude al desierto de Cades. La voz del SEÑOR retuerce los robles y deja desnudos los bosques; en su templo todos gritan: «¡Gloria!» El SEÑOR tiene su trono sobre las lluvias; el SEÑOR reina por siempre. El SEÑOR fortalece a su pueblo; el SEÑOR bendice a su pueblo con la paz.” (Salmo 29: 1-11)
La enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte está en total concordancia con esta insistencia de que Dios es el Señor de la naturaleza que encontramos en el Antiguo Testamento, que es Dios quien gobierna el mundo. Por un lado alimenta las aves y viste a los lirios del campo, por el otro hace salir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5:45, 6:26-30).
Si el Dios de la Biblia es el Dios vivo y soberano, es también siempre consecuente consigo mismo. Nunca emplea arbitrariamente su poder soberano. Su actividad es siempre consecuente con su naturaleza. Una de las declaraciones más importantes sobre Dios es que “si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo”. (2Timoteo 2:13). El Dios Todopoderoso, omnipotente, no puede hacerlo todo? Sí, puede hacer cualquier cosa que le plazca, cualquier cosa que se le ocurra, los límites están puestos por su propia consecuencia de sí mismo, por eso encontramos este pasaje maravilloso en el libro de Malaquías:
“Yo, el SEÑOR, no cambio. Por eso ustedes, descendientes de Jacob, no han sido exterminados.” (3:6)