Todos buscamos, a nuestra manera, la participación de Dios en nuestro hogar. Los tiempos actuales presentan una serie de peligros inesperados, especialmente para la familia. Es como si cruzáramos un puente de hamaca flojo a punto de colapsar, donde muchos caen antes de llegar a la otra orilla, fracasando en su intento de ser felices.
Ante esta situación, es más que evidente la necesidad de apoyo que se necesita para lograr que nuestras familias vivan seguras y felices. La familia es idea y proyecto de Dios, él lo creó con el marco apropiado para el nacimiento y crianza de seres que llevan su imagen y semejanza. Es en el hogar donde se forman lo individuos, no hay nada que pueda sustituirlo. No somos perfectos, pero Dios está dispuesto a ayudarnos a lograr el objetivo que tiene para la familia.
Cuando Dios está presente y es real en la vida de la familia, todo cambia. La salud física, mental y emocional está en cada uno de sus miembros, porque allí se experimenta la aceptación, el amor perdonador y restaurador, por lo que la curación de heridas que produce el pecado adquiere una dimensión de eternidad. Cuando Dios está en el hogar, se salva la vida y se salva el alma.
La Biblia narra el nacimiento de Jesús, indicando que José “no la conoció hasta que dióa luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús” (Mateo 1:25). El conocer que aquí se menciona va más allá de la idea de haber visto a una persona, oír de ella o saber algunas cosas de esa persona. Aquí el conocer significa llegar a la intimidad. Este conocimiento va más allá, aún de la asimilación de un cúmulo de datos en relación a Dios. Tiene que ver con la experiencia personal, un concepto que germina con la fe y que crece en la fe por la obra del Espíritu Santo.
Si bien nunca es tarde para este encuentro personal con nuestro Dios, es lamentable el tiempo que puede desperdiciarse ya que él siempre está listo para reinar en nuestro hogar. Es común escuchar expresiones de tristeza que hablan del tiempo desperdiciado antes de permitir que Dios participe activamente en el hogar. Situaciones que no debieron haberse vivido, y tiempo que no se disfrutó en toda su plenitud. Cuando nos disponemos a dejar a Dios reine en el hogar, es asombroso el cuidado y la ternura con los cuales nos trata, y el poder que tiene para hacernos realmente felices.
Dios insistentemente nos está buscando para ofrecernos su salvación, y el hogares el marco perfecto para permitir que Dios sea conocido en toda la plenitud de su amor, buscando que todos seamos felices viviendo abundantemente. Pero tenemos que tener cuidado de no caer en la rutina y las costumbres. Hay un riesgo en los hogares cristianos cuando damos por un hecho que todos ahí somos salvos, porque hablamos con frecuencia de Dios dentro del hogar, porque oramos juntos antes de tomar los alimentos, o bien porque vamos juntos a la iglesia, y damos por sentado que ya todos los miembros de la familia han alcanzado una relación personal con Cristo, que ya le han “conocido”.
Cuando Dios está en el hogar se descubre que el orden bíblico que nos ha dejado no es de ninguna manera disposiciones que favorecen más a un miembro de la familia que a otro. No regala autoridad al hombre y humilla a la mujer. No impone sumisión a los hijos y libera de disciplina a los padres. Existe un perfecto equilibrio en sus disposiciones divinas que, de vivirlas, nos llevarán a una vida feliz en nuestro hogar. Así, el apóstol Pablo nos ha dejado lineamientos claros para cada miembro de la familia:
“Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella.
Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo,
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”. (Efesios 5:25, 28).
“Esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor. Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza y salvador de la iglesia, la cual es su cuerpo. Así como la iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo” (Efesios 5:22-24).
“Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4).
“Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo”. (Efesios 5:21)
“En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo”.(Efesios 5:33)
“Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra”. (Efesios 6:1-3)
Ante esta situación, es más que evidente la necesidad de apoyo que se necesita para lograr que nuestras familias vivan seguras y felices. La familia es idea y proyecto de Dios, él lo creó con el marco apropiado para el nacimiento y crianza de seres que llevan su imagen y semejanza. Es en el hogar donde se forman lo individuos, no hay nada que pueda sustituirlo. No somos perfectos, pero Dios está dispuesto a ayudarnos a lograr el objetivo que tiene para la familia.
Cuando Dios está presente y es real en la vida de la familia, todo cambia. La salud física, mental y emocional está en cada uno de sus miembros, porque allí se experimenta la aceptación, el amor perdonador y restaurador, por lo que la curación de heridas que produce el pecado adquiere una dimensión de eternidad. Cuando Dios está en el hogar, se salva la vida y se salva el alma.
La Biblia narra el nacimiento de Jesús, indicando que José “no la conoció hasta que dióa luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús” (Mateo 1:25). El conocer que aquí se menciona va más allá de la idea de haber visto a una persona, oír de ella o saber algunas cosas de esa persona. Aquí el conocer significa llegar a la intimidad. Este conocimiento va más allá, aún de la asimilación de un cúmulo de datos en relación a Dios. Tiene que ver con la experiencia personal, un concepto que germina con la fe y que crece en la fe por la obra del Espíritu Santo.
Si bien nunca es tarde para este encuentro personal con nuestro Dios, es lamentable el tiempo que puede desperdiciarse ya que él siempre está listo para reinar en nuestro hogar. Es común escuchar expresiones de tristeza que hablan del tiempo desperdiciado antes de permitir que Dios participe activamente en el hogar. Situaciones que no debieron haberse vivido, y tiempo que no se disfrutó en toda su plenitud. Cuando nos disponemos a dejar a Dios reine en el hogar, es asombroso el cuidado y la ternura con los cuales nos trata, y el poder que tiene para hacernos realmente felices.
Dios insistentemente nos está buscando para ofrecernos su salvación, y el hogares el marco perfecto para permitir que Dios sea conocido en toda la plenitud de su amor, buscando que todos seamos felices viviendo abundantemente. Pero tenemos que tener cuidado de no caer en la rutina y las costumbres. Hay un riesgo en los hogares cristianos cuando damos por un hecho que todos ahí somos salvos, porque hablamos con frecuencia de Dios dentro del hogar, porque oramos juntos antes de tomar los alimentos, o bien porque vamos juntos a la iglesia, y damos por sentado que ya todos los miembros de la familia han alcanzado una relación personal con Cristo, que ya le han “conocido”.
Cuando Dios está en el hogar se descubre que el orden bíblico que nos ha dejado no es de ninguna manera disposiciones que favorecen más a un miembro de la familia que a otro. No regala autoridad al hombre y humilla a la mujer. No impone sumisión a los hijos y libera de disciplina a los padres. Existe un perfecto equilibrio en sus disposiciones divinas que, de vivirlas, nos llevarán a una vida feliz en nuestro hogar. Así, el apóstol Pablo nos ha dejado lineamientos claros para cada miembro de la familia:
“Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella.
Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo,
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”. (Efesios 5:25, 28).
“Esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor. Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza y salvador de la iglesia, la cual es su cuerpo. Así como la iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo” (Efesios 5:22-24).
“Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4).
“Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo”. (Efesios 5:21)
“En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo”.(Efesios 5:33)
“Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra”. (Efesios 6:1-3)