El que escucha el evangelio y responde a él positivamente empieza el seguimiento de Jesús, un proceso de transformación que le llevará toda la vida y que abarca todos los aspectos de la misma.
En ocasiones se ha puesto énfasis en la conversión como un acto puntual, en el que por decisión personal y acción del Espíritu, la persona pasa a una nueva vida, siendo parte de la iglesia del Señor desde ese mismo momento, y que por lo tanto, el nuevo creyente pueda dar la fecha de su conversión. Sin embargo, más allá de la experiencia espiritual con que se inicia la vida cristiana, que no siempre se puede fechar, hay que afirmar que el propósito de Dios es reproducir en el creyente la imagen de Jesucristo, el hombre nuevo, y que esto involucra un proceso de transformación que dura toda la vida.
Hacia este proceso apuntan las palabras de Jesús en la Gran Comisión que se encuentra en el libro de Mateo, sobre como hacer discípulos: bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, como rito de iniciación a la vida cristiana, y enseñándoles a obedecer todo lo que se nos ha mandado, como el proceso de formación en la práctica de la voluntad de Dios, sin lo cual no hay proceso de discipulado real.
Es de suma importancia el saber, pero igual o mayor será el hacer, ya que tiene como meta el que los discípulos vivan en función del amor y sean "hijos de su Padre que está en el cielo, perfecto así como su Padre celestial es perfecto" (Mateo 5:45,48). Los discípulos de Jesús no se distinguen por pertenecer a una religión, sino por un estilo de vida que refleje el amor y la justicia del Reino de Dios.
La misión de la iglesia no puede limitarse a proclamar un mensaje de salvación del alma, su misión es hacer discípulos que aprendan a abedecer al Señor en todas las circunstancias de la vida diaria, tanto en lo privado como en lo público, en lo social como en lo personal, tanto en lo material como en lo espiritual.
El llamado del evangelio es un llamado a una transformación integral que refleje el propósito de Dios de redimir la vida humana en todas sus dimensiones. La misión integral de la iglesia sólo es posible cuando hay discípulos con la visión de lograr que la "levadura" de los valores del Reino de Dios "leude" todas las esferas de la sociedad actual.
La formación de discípulos a la imagen de Cristo se realiza en el contexto de una comunidad de fe, la iglesia. Jesús dijo: "De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros" (Juan 13:15). Para Jesús la marca del discípulo es el amor, y nadie puede aprender a amar en aislamiento de los demás.
Es en la iglesia, en la familia de Dios, donde los discípulos aprenden a amar, y no sólo a amar, sino también a servir, a orar, a resistir, a sembrar bien. Es en la iglesia, en el Cuerpo de Cristo, donde los discípulos descubren y aprenden a ejercitar sus dones y crecen "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efesios 4:13).
En ocasiones se ha puesto énfasis en la conversión como un acto puntual, en el que por decisión personal y acción del Espíritu, la persona pasa a una nueva vida, siendo parte de la iglesia del Señor desde ese mismo momento, y que por lo tanto, el nuevo creyente pueda dar la fecha de su conversión. Sin embargo, más allá de la experiencia espiritual con que se inicia la vida cristiana, que no siempre se puede fechar, hay que afirmar que el propósito de Dios es reproducir en el creyente la imagen de Jesucristo, el hombre nuevo, y que esto involucra un proceso de transformación que dura toda la vida.
Hacia este proceso apuntan las palabras de Jesús en la Gran Comisión que se encuentra en el libro de Mateo, sobre como hacer discípulos: bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, como rito de iniciación a la vida cristiana, y enseñándoles a obedecer todo lo que se nos ha mandado, como el proceso de formación en la práctica de la voluntad de Dios, sin lo cual no hay proceso de discipulado real.
Es de suma importancia el saber, pero igual o mayor será el hacer, ya que tiene como meta el que los discípulos vivan en función del amor y sean "hijos de su Padre que está en el cielo, perfecto así como su Padre celestial es perfecto" (Mateo 5:45,48). Los discípulos de Jesús no se distinguen por pertenecer a una religión, sino por un estilo de vida que refleje el amor y la justicia del Reino de Dios.
La misión de la iglesia no puede limitarse a proclamar un mensaje de salvación del alma, su misión es hacer discípulos que aprendan a abedecer al Señor en todas las circunstancias de la vida diaria, tanto en lo privado como en lo público, en lo social como en lo personal, tanto en lo material como en lo espiritual.
El llamado del evangelio es un llamado a una transformación integral que refleje el propósito de Dios de redimir la vida humana en todas sus dimensiones. La misión integral de la iglesia sólo es posible cuando hay discípulos con la visión de lograr que la "levadura" de los valores del Reino de Dios "leude" todas las esferas de la sociedad actual.
La formación de discípulos a la imagen de Cristo se realiza en el contexto de una comunidad de fe, la iglesia. Jesús dijo: "De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros" (Juan 13:15). Para Jesús la marca del discípulo es el amor, y nadie puede aprender a amar en aislamiento de los demás.
Es en la iglesia, en la familia de Dios, donde los discípulos aprenden a amar, y no sólo a amar, sino también a servir, a orar, a resistir, a sembrar bien. Es en la iglesia, en el Cuerpo de Cristo, donde los discípulos descubren y aprenden a ejercitar sus dones y crecen "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efesios 4:13).