“Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?
Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Hechos 4:23-33 RV60
En este pasaje nos encontramos con la reacción de la Iglesia Cristiana en el momento de peligro. Se habría podido pensar que, cuando volvieron Pedro y Juan y contaron lo que les había pasado, se apoderaría de la Iglesia una gran depresión al considerar los problemas que se les venían encima. Pero, lo que ni siquiera se les pasó por la cabeza fue que tenían que obedecer al Sanedrín y dejar de hablar de Jesús. Por el contrario, vinieron a sus mentes ciertas grandes convicciones, y una oleada de fortaleza a sus vidas.
Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera. Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Hechos 4:23-33 RV60
En este pasaje nos encontramos con la reacción de la Iglesia Cristiana en el momento de peligro. Se habría podido pensar que, cuando volvieron Pedro y Juan y contaron lo que les había pasado, se apoderaría de la Iglesia una gran depresión al considerar los problemas que se les venían encima. Pero, lo que ni siquiera se les pasó por la cabeza fue que tenían que obedecer al Sanedrín y dejar de hablar de Jesús. Por el contrario, vinieron a sus mentes ciertas grandes convicciones, y una oleada de fortaleza a sus vidas.
(i) Estaban convencidos del poder de Dios. El Creador y Sustentador de todas las cosas estaba de su parte. Una vez, el enviado del Papa amenazó a Lutero con lo que le sucedería si persistía en su actitud, y le advirtió que todos los que parecía que estaban con él le abandonarían. «¿Dónde te encontrarás entonces?» -le preguntó. «Entonces, como ahora -le contestó Lutero-: en las manos de Dios.» Para los cristianos, Quien está con nosotros es más que todos los que puedan estar en contra.
(ii) Estaban convencidos de la inutilidad de la rebeldía humana. La palabra que traducimos por rugir -«¿Por qué rugen las naciones»-, se usa del relinchar de caballos briosos: patalean y mueven la cabeza, pero a fin de cuentas tienen que someterse a la disciplina de las riendas. Así los hombres puede que hagan gestos de desafío contra Dios, pero Dios siempre prevalecerá.
(iii) Trajeron a la memoria el recuerdo de Jesús. Recordaron cómo había sufrido y cómo había triunfado; y ese recuerdo les devolvió la confianza, porque es suficiente que el discípulo sea como su Señor.
(iv) Oraron para que Dios les diera valor. No pretendieron enfrentarse con la situación dependiendo de sus propias fuerzas, sino buscaron el poder que está por encima de todo.
(v) El resultado fue el don del Espíritu. Se cumplió la promesa, y no se encontraron desasistidos: recibieron el valor y la fuerza que necesitaban para testificar cuando su testimonio los podía llevar a la muerte. (W. Barclay)