La culpa la tiene el caballo


Que le parece de un hombre que cuenta la historia que fracasó en los negocios y cayó en bancarrota en 1831. Fue derrotado para la legislatura de 1832. Su prometida murió en 1835. Sufrió un colapso nervioso en 1836. Fue vencido nuevamente en las elecciones de 1836 y en las parlamentarias de 1843, 1846, 1848 y 1855. No tuvo éxito en su aspiración a la Vicepresidencia en 1856, y en 1858 fue derrotado en las elecciones para el Senado.

Hasta aquí no vemos más que derrotas, fracasos y motivos para darse por vencido. Pero la historia cuenta que el hombre del que estamos citando no lo hizo así. Continuó su lucha y en lo que creía, hasta llegar a convertirse en un ícono del pueblo norteamericano. Estamos hablando de Abraham Lincoln, elegido presidente de los Estados Unidos en 1860.

La lección es muy sencilla, solo se fracasa cuando se deja de intentar.

Un maestro quería enseñarle una lección especial a sus alumnos, y para ello les dio la oportunidad de escoger entre tres tipos de exámenes, uno de cincuenta preguntas, otro de cuarenta u otro de veinticinco preguntas. A los que escogieron el de veinticinco preguntas les puso un “C”, sin importar si hubiesen contestado correctamente todas las preguntas. A los que escogieron el de cuarenta les puso una “B”, aún cuando más de la mitad de las preguntas estuvieran mal. Y los que escogieron el de cincuenta les puso una “A”, aunque se hubieran equivocado en casi todas las respuestas.

Obviamente los estudiantes no entendían que estaba pasando, a lo que el maestro les explicó: “permítanme decirles que yo no estaba examinando sus conocimientos, sino su voluntad de apuntar a lo alto”.

La lección es muy sencilla, cuando apuntamos a lo alto, estamos más cerca de conseguir lo que buscamos.

Siempre podemos encontrar una nueva manera de pensar. Para el ser humano, y en especial para los adultos, es serio el problema de cambiar nuestros pensamientos. Recurrimos siempre a las mismas ideas, los mismos métodos, lo que acarrea los mismos resultados. Fácilmente le cargamos la culpa a todo lo externo, menos a nosotros mismos, por eso le echamos la culpa al caballo, aunque no figure en el relato.

Pedimos que el cambio lo haga el cónyuge, el jefe, el vecino, el compañero, cualquiera menos yo, porque la culpa la tiene el otro. Nuestro manual del fabricante ya tiene anticipado ese problema nuestro, está dentro de la lista de fallas que tenemos, y también está el como resolver el problema.

En el capítulo 12, verso 2 del libro de Romanos, el apóstol Pablo nos dice:
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.” NVI.

Esto requiere un cambio radical, no debemos adoptar las formas del mundo, sino que debemos transformarnos, adquiriendo una nueva manera de vivir. Para dar culto y servir a Dios tenemos que experimentar un cambio, no de aspecto, sino de personalidad, de pensamiento también.

La lección es muy sencilla, somos lo que pensamos.