“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Juan 17:20-21 RV60
En esta parte del libro de Juan, la oración de nuestro Señor Jesucristo se ha ido ampliando. Empieza a orar por sí mismo, porque le esperaba la muerte de cruz, sigue orando por sus discípulos, por los que le diste, los apóstoles, que los guardó y ninguno se perdió salvo Judas, el hijo de perdición, para que se cumpliese la profecía, y termina orando por todos los que vendrían a aceptarlo como Señor y Salvador.
Es interesante como Jesús ora por sus discípulos para que el poder protector estuviera con ellos, sus seguidores eran pocos en ese momento, pero estaba confiando en que a pesar de que le abandonaran en un momento crítico, su oración tendría respuesta del Padre, tanto para ellos como para los que llegarían a creer en su nombre. Vemos a Jesús orando por nosotros desde entonces. Dos características realmente importantes para nosotros que resaltan de Jesús en este pasaje, su oración al Padre y su confianza en los que le creen y van a extender su nombre por el mundo, nosotros.
Y lo que le está pidiendo al Padre es que todos los que hemos creído en el nombre de Jesús seamos uno, como lo son él y el Padre. No está pidiendo que seamos una sola organización o denominación, no está pidiendo por una unidad administrativa, ni una unidad eclesiástica, está pidiendo por una unidad de relación personal, de amor y obediencia, como lo es la del Padre con él. Es una unidad de amor, en la que las personas se amen porque le aman a él.
Los cristianos no podemos organizar las iglesias de la misma manera, no podemos realizar los cultos iguales ni llegar a creer exactamente las mismas cosas y de la misma manera, pero la unidad a que Cristo está apelando al Padre trasciende todas las diferencias y nos une en amor. La unidad del cristiano actual, como lo ha sido desde todos los tiempos, está peligrando porque los seres humanos aman sus propias organizaciones eclesiásticas, sus formas de culto y cultura más que a sus propios hermanos.
El amor de Dios es lo único que puede derribar las barreras humanas que sembramos entre las iglesias y entre unos y otros. Esa unidad producto del amor es lo que Cristo pide al Padre para que el mundo crea en el Evangelio. Es más natural para el hombre estar dividido que estar unido, estar disgregado que congregado, y por lo tanto, la verdadera unidad en amor es un hecho sobrenatural que revela un poder sobrenatural que va a hacer que los que no han creído, crean.
Ante la desunión de los cristianos, el mundo no puede ver el valor de la fe cristiana, por lo que es nuestro deber y obligación vivir y demostrar esa unidad de amor los unos con los otros, que es la respuesta a la oración de Cristo. Una tarea que nos corresponde a todos los que hemos aceptado a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador.