“El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente”. 1Co 2:14 NVI
Este es un tremendo pasaje que marca una tremenda enseñanza. Muchas veces nos preguntamos cómo es que las personas oyen del evangelio y de las cosas de Dios, incluso hasta ven milagros y no cambian. Pero parece que a veces olvidamos que muy probablemente a nosotros también nos pasó. En este pasaje de Pablo hay algunas ideas básicas que vale la pena explicar.
Primero, Pablo establece que la única persona que nos puede decir algo acerca de Dios es el Espíritu de Dios. Usa una analogía humana. Hay sentimientos tan personales, cosas tan privadas, experiencias tan íntimas, que nadie las puede saber excepto el espíritu humano de cada uno. Pablo afirma que sucede lo mismo con Dios: hay cosas profundas e íntimas en El que sólo sabe su Espíritu; y su Espíritu es la única persona que nos puede guiar a un conocimiento realmente íntimo de Dios.
Segundo, no todas las personas pueden entender esas cosas. Pablo habla de interpretar cosas espirituales a personas espirituales. Distingue dos clases de personas, las que son sensibles al Espíritu y son guiadas por el Espíritu, y las que no lo son.
Así que, en el versículo 14, Pablo habla del hombre sin el Espíritu. Es el que vive como si no hubiera nada más allá de la vida física, ni otras necesidades que las puramente materiales. Su mundo es aquí y ahora, no ve nada más allá de lo que una vida terrenal le puede ofrecer, por lo que menos aún esperar una vida después de la muerte.
Una persona así no puede entender las cosas espirituales. El que no cree que haya nada más importante que la satisfacción del impulso sexual no puede entender el sentido de la castidad; el que considera que el almacenar cosas materiales es el fin supremo de su vida no puede entender la generosidad, y el que no piensa nada más que en las cosas de este mundo jamás podrá entender las cosas de Dios, y le resultarán sin sentido.
Nadie tiene por qué ser así; pero si se ahoga en lo que alguien llamaba «los anhelos eternos» que hay en el alma, se puede perder la sensibilidad espiritual de tal manera que el Espíritu de Dios hablará, pero no le oirá.
Es fácil llegar a estar tan involucrado en el mundo que no existe nada más allá de él. Debemos pedirle a Dios que nos dé la mente de Cristo; porque sólo cuando Él vive en nosotros estamos a salvo de la invasión absorbente de las exigencias de las cosas materiales.