Admitimos personas imperfectas?

Ciertamente podemos afirmar que tenemos a un Dios Todopoderoso obrando en nuestra generación, por lo que debemos trabajar en crear una cultura que acepte a las personas tal y como son, para tender un puente entre el abismo que separa la iglesia de este mundo postmoderno en el que vivimos.

John Burke escribió el libro “No se admiten personas perfectas” haciendo un llamado precisamente para crear una cultura en la iglesia que acepte a las personas tal y como son.
Nos lleva por un recorrido en el que afirma que la diversidad de culturas que había en Corinto así como la que tenemos hoy en nuestra sociedad, hace que sea necesario hacer visible el cuerpo de Cristo. Las personas son el arma secreta, se puede contar con las mejores instalaciones, equipos electrónicos, efectos especiales y la mejor música, pero si las personas no caen bien, no van a volver. Así como no hay personas perfectas tampoco hay iglesias perfectas. Dios está interesado en salvar a los que están perdidos, y utiliza a su iglesia para llevar a cabo la obra (el cuerpo de Cristo), aún a la iglesia imperfecta.

Esto nos lleva a que tenemos que trabajar intencionalmente en crear una cultura de iglesia local que esté preparada para recibir a “todos” los que acepten al Señor como Salvador. El Sr. Burke reta a la iglesia de hoy en día para que trabaje en desarrollar esa cultura interna que permita realmente absorber a toda persona, sin ninguna barrera de índole social, cultural, racial, geográfica o económica.

El autor señala cinco luchas sociológicas principales que los líderes cristianos enfrentan ahora para alcanzar las generaciones emergentes:

1. La confianza: es la piedra angular de una relación y de la fe. Sin ella, no podemos establecer relaciones íntimas con otros o con Dios. Proviene de una profunda convicción de que somos importantes, que podemos confiar en la otra persona porque tiene un interés genuino en nuestro bienestar.

2. La tolerancia: En una generación criada sobre tanto divorcio y desacuerdo, lo que ellos anhelan es unidad, quieren algo que nos unifique y nos reúna. Están cansados de ser despedazados y divididos. Los líderes deben aprender la forma de comunicar cuán tolerante y amoroso es Dios (lo cual siempre somos incapaces de representar de manera adecuada) al mismo que no ponemos en riesgo o socavamos el concepto de la justicia de Dios o su santidad. En nuestra cultura, el mensajero es el mensaje.

3. Verdad: en general, las generaciones emergentes no preguntan ¿qué es la verdad? Fundamentalmente preguntan ¿quiero ser como tú? En otras palabras, ven la verdad como algo relacional. “Si quiero ser como tú, entonces quiero considerar aquello en lo que crees. Si yo no veo algo real o atractivo en ti o en tus amigos como seguidores de Cristo, sin importar cuan verdadero pienses que es, no estoy interesado”. Las personas experimentan la verdad no solo con palabras, sino con manos y pies, cuando su iglesia, y por su acción, “crece y se edifica en amor, sostenida y ajustada por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro” (Ef 4:16). Esta es la meta de la creación de la cultura, representar el cuerpo de Cristo para el mundo.

4. Quebranto: Nada plantea un desafío más grande y una oportunidad mayor para la iglesia que los abrumadores dolores emocionales que conducen a nuestra generación hacia tantas conductas adictivas. Si los líderes cristianos no se preparan, se organizan y oran para que sean sanadas las heridas causadas por el experimento posmoderno, perderemos a una generación entera. Si Dios va a usar a su iglesia para alcanzar a las generaciones emergentes, la iglesia debe prepararse para estas luchas de quebranto. Si la iglesia ha de ser la esperanza del mundo, sus líderes deben darse cuenta del estropeado mundo en que vivimos. Deben estar preparados para ofrecer la esperanza y la cura que Cristo ofreció. Para hacerlo, debemos comenzar a ver cómo es que nosotros hemos sido quebrantados y hemos necesitado un Salvador.

5. Soledad: las ondas de cambio que crearon esta generación crearon una cultura de la soledad, de personas que anhelan la vida en comunidad, pero que tienen miedo de acercarse, rodeados de amigos, pero sintiéndose solos como nunca. La mitad de las familias se separan, a menudo dejando atrás niños que se sienten abandonados y solos, tratando de descubrir por qué papá o mamá los abandonaron. La otra mitad vive en una sociedad fragmentada y rota por la enorme velocidad del siglo XXI. Vivimos en una sociedad altamente fragmentada y aislada con respecto a sus relaciones. Las personas se mudan, cambian de trabajo, se divorcian, pasan muchas horas camino al trabajo o de regreso al hogar, y luego pasan todo su tiempo libre cambiando alguno de sus canales de televisión por cable, o navegando por los sitios de Internet, todo a costa de las relaciones personales. Hemos incrementado nuestro capital financiero, pero nos ha costado nuestro capital relacional. Esto proporciona una tremenda oportunidad para la iglesia, que de acuerdo a las Escrituras, debe funcionar como una familia. Debemos ser una comunidad de apoyo que extiende el alcance de la familia de unos hacia los otros.

Burke nos presenta una realidad de la sociedad actual. Es claro en identificar los puntos que están interfiriendo en nuestra sociedad. En buena teoría es algo que todos sabemos, que cuando lo leemos decimos que sí es cierto, pero que en la práctica no nos hemos tomado el tiempo para analizarlo y buscar las formas de combatirlo. Nos metemos en el mismo rol que se involucra toda la sociedad, carreras, trabajos, consumo, esteorotipos y demás. Nos lleva a un grado de conciencia de la realidad de la sociedad actual y de la iglesia actual. No podemos seguir siendo pasivos ante este mundo cambiante, dejando la cultura de la iglesia para otros, y esos otros nos la están dejando a nosotros, en fin, todos esperan que alguien haga algo, que sea el otro para yo seguirlo.

Confianza, tolerancia, verdad, quebranto y soledad, todos estos estados sociológicos el Señor Todopoderoso los puede sanar, y ha usado generalmente a su Iglesia para hacerlo.