Encienda el fuego

Un vecino entrando en la casa de otro, lo halló en la ventana quitando con un cuchillo el hielo del vidrio en una mañana fría de invierno.

- Hombre – le dijo extrañado - ¿no sería más fácil si enciendes la calefacción o enciendes el fuego de la chimenea?
El otro quedó pensativo, se golpeó la frente, y luego aceptó el consejo. Unos momentos después el hielo empezaba a deshacerse solo.
Muy a menudo, ante la presión de los problemas o de las diferentes situaciones que presenta esta vida, olvidamos que hay maneras más sencillas de hacer las cosas, que hay mejores formas de hacerlo.

El apóstol Pablo nos recomienda que no nos inquietemos por nada. Otras versiones traducen inquietarse por afanarse, afligirse o angustiarse. La mente humana ante la angustia tiende a bloquearse, a olvidar maneras correctas y rápidas de encontrar soluciones a esas angustias.

La falta de paz nos lleva a estar inquietos, llevando a nuestros pensamientos por pasillos tormentosos de posibles consecuencias fatales ante el problema que presentamos. Es posible que tengamos la solución frente a nuestros ojos sin que nos demos cuenta, pues nuestra angustia nubla la vista.

Olvidar que Dios nos ha hecho la promesa de estar con nosotros hasta el fin del mundo, es pasar por alto su amor, un amor tan grande que envió a su Hijo, para que todo el que crea, no se pierda, y tenga vida en abundancia.(Juan 3:16)
Cuidemos de no caer ante el afán y las preocupaciones, que no nos pase lo de aquellos que camino a Emaús iban conversando con el Maestro sin reconocerle, afligidos por su muerte. (Lc 24:16).

Necesitamos la paz de Dios para que cuide nuestros pensamientos y emociones, para seguir seguros de las promesas que nos ha dado con su Palabra.

“No se preocupen por nada. Más bien, oren y pídanle a Dios todo lo que necesiten, y sean agradecidos. Así Dios les dará su paz, esa paz que la gente de este mundo no alcanza a comprender, pero que protege el corazón y el entendimiento de los que ya son de Cristo”. Filipenses 4:16-17