La sencillez es libertad. La sencillez nos trae gozo y equilibrio. En el libro de Eclesiastés encontramos “Mira, lo que hallé fue sólo esto: Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones”. (7:29 Biblia de Jerusalen).
La sencillez es una realidad interna que da como resultado un estilo de vida externo. La Biblia NVI traduce este mismo pasaje de la siguiente manera: “Tan sólo he hallado lo siguiente: que Dios hizo perfecto al género humano, pero éste se ha buscado demasiadas complicaciones”.
Anhelamos las cosas que no necesitamos ni disfrutamos. Compramos cosas que no queremos para impresionar a las personas que no nos gustan. La falta de tener a Dios como centro de nuestra vida y nuestra necesidad de seguridad nos ha llevado a una insana adhesión a las cosas.
Nos sentimos avergonzados de usar ropas desgastadas o autos viejos, los medios de comunicación nos han convencido de que el no estar a tono con la moda es no estar a tono con la realidad. El estar conforme a una sociedad enferma por el consumo y la apariencia es por lo tanto estar uno enfermo.
El éxito moderno es el del muchacho pobre que llega a ser rico. A la codicia se le llama ambición, a la acumulación de riquezas, prudencia, a la avaricia, industria. Es un cambio superficial del estilo de vida, sin hacer frente en serio a la raíz de los problemas de una sociedad consumista.
La Biblia se refiere de manera constante al espíritu interno de esclavitud que trae consigo el apego idolátrico a las riquezas: “…y aunque se multipliquen sus riquezas, no pongan el corazón en ellas”(Salmo 62:10 NVI). “El que confía en sus riquezas se marchita…” (Proverbios 11:28).
Jesús declaró a las riquezas como un rival de Dios: “Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13).
Jesús vio las garras que las riquezas colocan sobre las personas que las posee. El comprendió que “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). Por eso le indicó a sus seguidores que no se hicieran tesoros en la tierra (Mateo 6:19). También dijo: “Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes”(Lucas 12:15).
Jesús habló sobre la economía más que de cualquier otro asunto social. Si nuestro Señor hizo énfasis tan grande en los peligros espirituales de la riqueza en una sociedad comparativamente sencilla, cuanto más nosotros que vivimos en una sociedad más compleja en las riquezas debiéramos tomar en serio la cuestión económica.
Las epístolas del Nuevo Testamento están cargas del mismo mensaje, por lo que he de apresurarme a agregar que Dios tiene el propósito de que nosotros tengamos la adecuada provisión material. Hoy hay desdicha (falta de felicidad) por una simple falta de provisión así como también la hay cuando la gente trata de vivir sin provisión. La pobreza obligada es mala, la Biblia tampoco tolera el autocastigo (ascetismo). El ascetismo y la sencillez son diametralmente opuestos e incompatibles. El ascetismo renuncia a las posesiones, la sencillez coloca las posesiones en la perspectiva apropiada. En el ascetismo no haya lugar para una tierra en la que “fluya leche y miel”, la sencillez puede regocijarse por esta provisión de la bondadosa mano de Dios.
La sencillez experimenta el contentamiento tanto en la humillación como en la abundancia, y quien mejor que Pablo narrando el testimonio de su propia vivencia: “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4:13-14).
La sencillez es lo único que puede reorientar suficientemente nuestra vida, de tal modo que disfrutemos de nuestras posesiones sin destruirnos. La verdadera sencillez busca primero el reino de Dios y su justicia, en lo personal y lo social. Cuando ese reino se coloca genuinamente en primer lugar, las preocupaciones sociales, ecológicas, los pobres, la distribución equitativa de las riquezas y muchas otras cosas recibirán atención.
Tres actitudes internas caracterizan la sencillez: el recibir lo que tenemos como un regalo de Dios, donde aún los más sencillos elementos de la vida como el aire, agua y sol se reciben diariamente con gratitud. Saber que el cuidado de lo que tenemos es asunto de Dios, él puede proteger lo que tenemos y podemos confiar en él. Y el hecho de saber que lo que poseemos está al servicio de los demás. Con estas tres actitudes no libramos de los afanes.
En una ocasión muere un hombre que había amasado una inmensa fortuna, los familiares estaban pendientes del testamento que había dejado, se frotaban las manos haciendo cálculos de lo que les tocaría. Uno de ellos le pregunta a otro: Cuánto dejó? Este le contesta: Lo dejó todo. Ciertamente llegará el día en que dejemos todos nuestros bienes acá en la tierra, y partiremos sin ninguno de ellos, esperando recibir los “tesoros que hallamos hecho en los cielos”.
La sencillez es una realidad interna que da como resultado un estilo de vida externo. La Biblia NVI traduce este mismo pasaje de la siguiente manera: “Tan sólo he hallado lo siguiente: que Dios hizo perfecto al género humano, pero éste se ha buscado demasiadas complicaciones”.
Anhelamos las cosas que no necesitamos ni disfrutamos. Compramos cosas que no queremos para impresionar a las personas que no nos gustan. La falta de tener a Dios como centro de nuestra vida y nuestra necesidad de seguridad nos ha llevado a una insana adhesión a las cosas.
Nos sentimos avergonzados de usar ropas desgastadas o autos viejos, los medios de comunicación nos han convencido de que el no estar a tono con la moda es no estar a tono con la realidad. El estar conforme a una sociedad enferma por el consumo y la apariencia es por lo tanto estar uno enfermo.
El éxito moderno es el del muchacho pobre que llega a ser rico. A la codicia se le llama ambición, a la acumulación de riquezas, prudencia, a la avaricia, industria. Es un cambio superficial del estilo de vida, sin hacer frente en serio a la raíz de los problemas de una sociedad consumista.
La Biblia se refiere de manera constante al espíritu interno de esclavitud que trae consigo el apego idolátrico a las riquezas: “…y aunque se multipliquen sus riquezas, no pongan el corazón en ellas”(Salmo 62:10 NVI). “El que confía en sus riquezas se marchita…” (Proverbios 11:28).
Jesús declaró a las riquezas como un rival de Dios: “Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13).
Jesús vio las garras que las riquezas colocan sobre las personas que las posee. El comprendió que “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). Por eso le indicó a sus seguidores que no se hicieran tesoros en la tierra (Mateo 6:19). También dijo: “Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes”(Lucas 12:15).
Jesús habló sobre la economía más que de cualquier otro asunto social. Si nuestro Señor hizo énfasis tan grande en los peligros espirituales de la riqueza en una sociedad comparativamente sencilla, cuanto más nosotros que vivimos en una sociedad más compleja en las riquezas debiéramos tomar en serio la cuestión económica.
Las epístolas del Nuevo Testamento están cargas del mismo mensaje, por lo que he de apresurarme a agregar que Dios tiene el propósito de que nosotros tengamos la adecuada provisión material. Hoy hay desdicha (falta de felicidad) por una simple falta de provisión así como también la hay cuando la gente trata de vivir sin provisión. La pobreza obligada es mala, la Biblia tampoco tolera el autocastigo (ascetismo). El ascetismo y la sencillez son diametralmente opuestos e incompatibles. El ascetismo renuncia a las posesiones, la sencillez coloca las posesiones en la perspectiva apropiada. En el ascetismo no haya lugar para una tierra en la que “fluya leche y miel”, la sencillez puede regocijarse por esta provisión de la bondadosa mano de Dios.
La sencillez experimenta el contentamiento tanto en la humillación como en la abundancia, y quien mejor que Pablo narrando el testimonio de su propia vivencia: “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. (Filipenses 4:13-14).
La sencillez es lo único que puede reorientar suficientemente nuestra vida, de tal modo que disfrutemos de nuestras posesiones sin destruirnos. La verdadera sencillez busca primero el reino de Dios y su justicia, en lo personal y lo social. Cuando ese reino se coloca genuinamente en primer lugar, las preocupaciones sociales, ecológicas, los pobres, la distribución equitativa de las riquezas y muchas otras cosas recibirán atención.
Tres actitudes internas caracterizan la sencillez: el recibir lo que tenemos como un regalo de Dios, donde aún los más sencillos elementos de la vida como el aire, agua y sol se reciben diariamente con gratitud. Saber que el cuidado de lo que tenemos es asunto de Dios, él puede proteger lo que tenemos y podemos confiar en él. Y el hecho de saber que lo que poseemos está al servicio de los demás. Con estas tres actitudes no libramos de los afanes.
En una ocasión muere un hombre que había amasado una inmensa fortuna, los familiares estaban pendientes del testamento que había dejado, se frotaban las manos haciendo cálculos de lo que les tocaría. Uno de ellos le pregunta a otro: Cuánto dejó? Este le contesta: Lo dejó todo. Ciertamente llegará el día en que dejemos todos nuestros bienes acá en la tierra, y partiremos sin ninguno de ellos, esperando recibir los “tesoros que hallamos hecho en los cielos”.