Cuando el 2 de febrero de 1963 Richard Eggers empleó una moneda falsa de 10 centavos de dólar para hacer la colada en una lavandería pública jamás se imaginó que aquella 'chiquillada' sucedida hace casi 50 años le costaría su puesto de trabajo en el banco estadounidense Wells Fargo en 2012.
El gigante hipotecario decidió el pasado mes de agosto prescindir de los servicios de su empleado, de 68 años. "Fue una estupidez y no me enorgullezco, pero despedirme por eso después de siete años trabajando en la compañía es una jugarreta muy sucia", ha dicho Eggers en una entrevista con el diario 'Des Moines Register'.
El fulminante despido del empleado del servicio de atención al cliente de Wells Fargo se explica porque, desde 2010, las autoridades federales presionan a las entidades financieras para que aparten de sus puestos a los empleados corruptos o con un pasado delictivo.
Y, como en el caso de Richard Eggers, los bancos estadounidenses han respondido echando a los trabajadores de la escala básica que han tenido cualquier problema con la justicia.
Despidos ¿éticos? Ese es el caso de Yolanda Quesada, otra trabajadora de Wells Fargo, a la que prepararon el finiquito en cuanto la compañía se enteró que había cometido un hurto en una tienda de ropa hace la friolera cantidad de 40 años.
Quesada tenía 18 años cuando cometió los robos. "Era la menor de 12 hermanos y no tenía nada que ponerme para ir a trabajar", se ha justificado en las páginas de 'The Milwaukee Sentinel'.
(Por Roberto Arnaz | Economía para todos – mié, 3 oct 2012 16:40 CEST)
El pecado produce consecuencias. Las faltas que hacemos dejan huellas, puede que muchas veces creamos que no tuvieron mayor transcendencia, pero será el tiempo el que se encargue de ratificarlo. Por otro lado, suena injusto que después de tanto tiempo estas faltas reciban una sanción desproporcionada, pero el enemigo que tenemos es astuto, y se valdrá de cualquier cabo suelto que hayamos dejado en nuestra pasada manera de vivir.
El Sr. Eggers llama a esto “una jugarreta muy sucia”, por lo que sabemos que no estamos tratando ni con la justicia, ni con la verdad, ni la honestidad, ni la misericordia y mucho menos con el amor. Estamos en lucha con un enemigo que como “león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1Pe :8).
Es común que califiquemos los pecados unos más graves que otros, pero la Biblia los califica de “pecados”. Humanamente los catalogamos por las consecuencias inmediatas que pueden producir, pero nos es difícil medirlas a largo plazo. El pecado siempre tendrá efecto en nuestra vida, siempre tendrá consecuencias, arrastra a volver a caer. Pero bueno es que tenemos un Dios lleno de misericordia, que nos dice “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Miqueas nos dice: “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (7:19), no es la grandeza del poder de Dios lo que destaca este texto, sino su inmensa compasión y su deseo de perdonar y olvidar el pecado, como expresión de su fidelidad al pacto ofrecido a todas las generaciones.
“Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmo 32:1-2 NVI).
El mundo va a querer angustiarnos, va a querer traer del pasado lo que el Señor ya ha olvidado, como lo afirma Juan en su primera carta en capítulo uno verso nueve. Lo que nos hace vivir angustiados no son los problemas externos que nos afectan, sino el estado del alma desasosegada por el pecado, pero bien lo declaró Jesús al decir: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
El gigante hipotecario decidió el pasado mes de agosto prescindir de los servicios de su empleado, de 68 años. "Fue una estupidez y no me enorgullezco, pero despedirme por eso después de siete años trabajando en la compañía es una jugarreta muy sucia", ha dicho Eggers en una entrevista con el diario 'Des Moines Register'.
El fulminante despido del empleado del servicio de atención al cliente de Wells Fargo se explica porque, desde 2010, las autoridades federales presionan a las entidades financieras para que aparten de sus puestos a los empleados corruptos o con un pasado delictivo.
Y, como en el caso de Richard Eggers, los bancos estadounidenses han respondido echando a los trabajadores de la escala básica que han tenido cualquier problema con la justicia.
Despidos ¿éticos? Ese es el caso de Yolanda Quesada, otra trabajadora de Wells Fargo, a la que prepararon el finiquito en cuanto la compañía se enteró que había cometido un hurto en una tienda de ropa hace la friolera cantidad de 40 años.
Quesada tenía 18 años cuando cometió los robos. "Era la menor de 12 hermanos y no tenía nada que ponerme para ir a trabajar", se ha justificado en las páginas de 'The Milwaukee Sentinel'.
(Por Roberto Arnaz | Economía para todos – mié, 3 oct 2012 16:40 CEST)
El pecado produce consecuencias. Las faltas que hacemos dejan huellas, puede que muchas veces creamos que no tuvieron mayor transcendencia, pero será el tiempo el que se encargue de ratificarlo. Por otro lado, suena injusto que después de tanto tiempo estas faltas reciban una sanción desproporcionada, pero el enemigo que tenemos es astuto, y se valdrá de cualquier cabo suelto que hayamos dejado en nuestra pasada manera de vivir.
El Sr. Eggers llama a esto “una jugarreta muy sucia”, por lo que sabemos que no estamos tratando ni con la justicia, ni con la verdad, ni la honestidad, ni la misericordia y mucho menos con el amor. Estamos en lucha con un enemigo que como “león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1Pe :8).
Es común que califiquemos los pecados unos más graves que otros, pero la Biblia los califica de “pecados”. Humanamente los catalogamos por las consecuencias inmediatas que pueden producir, pero nos es difícil medirlas a largo plazo. El pecado siempre tendrá efecto en nuestra vida, siempre tendrá consecuencias, arrastra a volver a caer. Pero bueno es que tenemos un Dios lleno de misericordia, que nos dice “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Miqueas nos dice: “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (7:19), no es la grandeza del poder de Dios lo que destaca este texto, sino su inmensa compasión y su deseo de perdonar y olvidar el pecado, como expresión de su fidelidad al pacto ofrecido a todas las generaciones.
“Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmo 32:1-2 NVI).
El mundo va a querer angustiarnos, va a querer traer del pasado lo que el Señor ya ha olvidado, como lo afirma Juan en su primera carta en capítulo uno verso nueve. Lo que nos hace vivir angustiados no son los problemas externos que nos afectan, sino el estado del alma desasosegada por el pecado, pero bien lo declaró Jesús al decir: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).