El poder persuasivo de una madre

Una madre de familia que vivía en una granja cercana a un terreno pantanoso, se dio cuenta, al anochecer, de que su hijo se había perdido. Inquieta y temblando al pensar que su hijo podía hallarse sin ayuda, atrapado en el fango del terreno y sin poder salir de él, y comprendiendo que ella sola era incapaz de ir en rescate de su hijo, corrió al pueblo y llamó en cada casa rogando a cada hombre del pueblo, en los términos más patéticos, que fueran en busca de su hijo.

No se contentó con movilizar a unos pocos, conociendo la inmensa extensión del terreno donde su hijo podía hallarse retenido, quizá perdidas las fuerzas y sin sentido; y no cesó de ir de casa en casa hasta que hubo obtenido que una compañía de más de trescientos hombres, llevando sus linternas y consiguiente aparejo de rescate, se desparramaran en todas direcciones buscando a su hijo. Toda la noche estuvieron andando con precaución por entre el barro, y al amanecer la madre tuvo el gozo de abrazar otra vez a su hijo perdido.

Un predicador que contaba esta historia decía: “Quisiera que esta madre pudiera hallarse con nosotros, pues ella podría decirnos por su propia experiencia cuáles serían los amorosos sentimientos del Hijo de Dios cuando dejó el trono de su gloria para acudir en rescate del enfangado en el pecado; y el mismo Hijo de Dios está buscando cooperadores en esta gloriosa y meritoria obra. ¿No seremos nosotros persuadidos por su amor para ir en busca de las almas tan amadas de él y a las cuales rescató con el mayor de los sacrificios?
—EL FARO.

«El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.» (Lucas 19:10) En el Nuevo Testamento la palabra perdido no quiere decir condenado, sino sencillamente que no está en su sitio, y que no se sabe dónde está. Cuando encontramos aquello que habíamos perdido, lo volvemos a poner en su sitio. Una persona está perdida cuando no está en contacto con Dios; y es hallada cuando una vez más ocupa su debido lugar como hijo o hija obediente en la casa y familia de su Padre, Dios.

Existen muchos testimonios de como una madre ora a Dios por sus hijos, y de como los pone a orar, muchas veces en contra de lo que ellos querían, pero al pasar el tiempo, estos hijos han crecido y madurado, y reconocen la labor de sus madres, que los ponían a orar, por lo cual ellos pudieron permanecer en los senderos del Señor, y si se habían perdido, si se habían separado, pudieron regresar, porque tuvieron una madre vigilante. Así el Señor, está pendiente de los que se han perdido, haciendo todo para encontrarlos, al punto de enviar a su Hijo a pagar el precio. El Señor espera lo mismo de nosotros, primero que estemos en el sitio correcto, en los caminos del Señor, y que estemos buscando y hallando a los que están perdidos.