Una maestra de párvulos trataba de explicar a los niñitos de su clase lo que es el amor; pero no podía, y por saber lo que decían sus pequeños alumnos, les preguntó qué es el amor. Entonces una niñita de seis años de edad se levantó de su silla y fue hasta la maestra, la abrazó, la besó y le declaró: “Esto es amor.” Enseguida la maestra dijo: “Está bien; pero el amor es algo más. ¿Qué es ese algo?” La misma niña, después de un rato de estar pensando, se levantó y comenzó a poner en orden las sillitas que estaban fuera del lugar que les correspondían, limpió bien el pizarrón, levantó los papeles que estaban en el suelo, arregló los libros que estaban en desorden sobre una mesa; y en seguida, con aire de satisfacción, dijo a su maestra: “Amor es ayudar a otros.” La niñita tenía razón.
"Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis".(Juan 13:1-17)
En estos versículos se nos enseña primeramente lo constante e incansable que el amor que Jesucristo tiene para su pueblo. Escrito está que "como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin." Sabiendo como sabía perfectamente que unas pocas horas más tarde lo iban a abandonar, el Maestro no dejó por un momento de amar a sus discípulos. Los defectos de éstos no agotaron su paciencia, los amó hasta el fin.
El amor de Jesucristo hacia los pecadores es la esencia, el meollo, por decirlo así, del Evangelio. Que nos amara de esa manera y se ocupara del bien de nuestras almas; que nos amara antes de que nosotros lo amáramos a él, o de que siquiera lo conociéramos; que nos amara hasta el punto de venir al mundo a salvarnos, asumiendo nuestra naturaleza, tomando sobre sí nuestros pecados y muriendo por nosotros en la cruz, todo esto es maravilloso en verdad. A ese amor nada hay entre los hombres que pueda comparársele. El hombre, encerrado en su egoísmo, no puede comprenderlo plenamente. Su compasión nunca se agota, su amor sobrepasa todo entendimiento.
Que nadie dude en acudir a Cristo. El más grande pecador puede acercarse a El sin temor y pedirle con confianza el perdón de sus pecados. Que nadie que haya acudido a Él tenga dudas de continuar bajo su amparo, imaginando que lo arrojará y lo dejará en su anterior estado a causa de sus desvíos. La Escritura no da apoyo alguno a tales temores, Jesucristo no despide a ningún siervo porque sus servicios sean imperfectos. A quien él recibe, siempre conserva a su cargo a quien ama al principio, y lo ama hasta el fin. Jamás faltará a la siguiente promesa, la cual es aplicable tanto a los justos como a los pecadores: "...al que a mí viene, no le echo fuera." Joh_6:37.
Jesucristo quiere ayudarnos, y quiere que nosotros nos ayudemos los unos a los otros, ese es el verdadero amor.
"Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis".(Juan 13:1-17)
En estos versículos se nos enseña primeramente lo constante e incansable que el amor que Jesucristo tiene para su pueblo. Escrito está que "como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin." Sabiendo como sabía perfectamente que unas pocas horas más tarde lo iban a abandonar, el Maestro no dejó por un momento de amar a sus discípulos. Los defectos de éstos no agotaron su paciencia, los amó hasta el fin.
El amor de Jesucristo hacia los pecadores es la esencia, el meollo, por decirlo así, del Evangelio. Que nos amara de esa manera y se ocupara del bien de nuestras almas; que nos amara antes de que nosotros lo amáramos a él, o de que siquiera lo conociéramos; que nos amara hasta el punto de venir al mundo a salvarnos, asumiendo nuestra naturaleza, tomando sobre sí nuestros pecados y muriendo por nosotros en la cruz, todo esto es maravilloso en verdad. A ese amor nada hay entre los hombres que pueda comparársele. El hombre, encerrado en su egoísmo, no puede comprenderlo plenamente. Su compasión nunca se agota, su amor sobrepasa todo entendimiento.
Que nadie dude en acudir a Cristo. El más grande pecador puede acercarse a El sin temor y pedirle con confianza el perdón de sus pecados. Que nadie que haya acudido a Él tenga dudas de continuar bajo su amparo, imaginando que lo arrojará y lo dejará en su anterior estado a causa de sus desvíos. La Escritura no da apoyo alguno a tales temores, Jesucristo no despide a ningún siervo porque sus servicios sean imperfectos. A quien él recibe, siempre conserva a su cargo a quien ama al principio, y lo ama hasta el fin. Jamás faltará a la siguiente promesa, la cual es aplicable tanto a los justos como a los pecadores: "...al que a mí viene, no le echo fuera." Joh_6:37.
Jesucristo quiere ayudarnos, y quiere que nosotros nos ayudemos los unos a los otros, ese es el verdadero amor.