Un alfiler y una aguja encontrándose en una cesta de labores y no teniendo nada qué hacer, empezaron a reñir, como suele suceder entre gentes ociosas, entablándose la siguiente disputa: ¿De qué utilidad eres tú? Dijo el alfiler a la aguja; y ¿cómo piensas pasar la vida sin cabeza?
Y a ti, respondió la aguja con tono agudo, ¿de qué te sirve la cabeza si no tienes ojo? ¿Y de qué te sirve un ojo si siempre tienes algo en él? Pues yo, con algo en mi ojo puedo hacer mucho más que tú. Sí; pero tu vida será muy corta pues depende de tu hilo.
Mientras hablaban así el alfiler y la aguja, entró una niña deseando coser, tomó la aguja y echó mano a la obra por algunos momentos; pero tuvo la mala suerte de que se rompiera el ojo de la aguja. Después cogió el alfiler, y atándole el hilo a la cabeza procuró acabar su labor; pero tal fue la fuerza empleada que le arrancó la cabeza y disgustada lo echo con la aguja en la cesta y se fue.
Conque aquí estamos de nuevo se dijeron, parece que el infortunio nos ha hecho comprender nuestra pequeñez; no tenemos ya motivo para reñir.
¡Cómo nos asemejamos a los seres humanos que disputan acerca de sus dones y aptitudes hasta que los pierden, y luego… echados en el polvo, como nosotros, descubren que son hermanos!
Es común ver este tipo de disputas entre las personas, el libro de los Hechos nos narran diferencias que tuvieron los primeros cristianos, vemos como en el capítulo 6 se da la eleción de diáconos por la murmuración de los griegos contra los hebreos, en el capítulo 11 vemos como se discute por haber llevado el evangelio a los gentiles, al final del 15 por querer llevar a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, y así, vemos como aún hoy en día discutimos por nuestras diferencias, muchas veces por querer proyectar los dones que el Señor nos ha dado.
Pero Jesús dijo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Mateo 22: 37-39